“Renovemos nuestra esperanza y nuestra confianza en los demás, incluso en quienes son diferentes a nosotros o vienen de tierras lejanas… Porque todos somos hijos de Dios”.
Esa fue la última bendición que dejó el Papa Francisco al mundo. Fue pronunciada por un asistente desde el balcón de la Basílica de San Pedro, mientras él, visiblemente frágil, observaba en silencio. Unas horas después, en la madrugada del lunes, el Vaticano confirmó su fallecimiento a los 88 años.
El mundo se despertó con la noticia de la muerte de Jorge Mario Bergoglio, el primer papa latinoamericano, el primer jesuita en asumir el liderazgo de la Iglesia católica, y el primer pontífice no europeo en más de 1.200 años. El hombre que vino “del fin del mundo”, como se presentó en 2013 al ser elegido, cerró su vida como lo vivió: con gestos simples, palabras directas y una profunda compasión por los más humildes.
El pastor que quiso una Iglesia abierta
Durante más de una década, Francisco impulsó una visión pastoral en la que los pobres no eran solo prioridad, sino el centro mismo de la Iglesia. Fue incómodo para sectores conservadores, pero inspirador para millones. Habló de los migrantes, defendió a los pueblos indígenas, se pronunció a favor de una mayor inclusión de mujeres en estructuras eclesiales y tendió puentes hacia la comunidad LGBTQ+ con frases que sacudieron siglos de discurso ortodoxo: “¿Quién soy yo para juzgar?”
Sus mensajes, sencillos y punzantes, encontraron eco más allá del mundo religioso. “No puede haber paz sin libertad de pensamiento”, dijo en su última Pascua, donde también advirtió contra el miedo y la indiferencia como amenazas a la dignidad humana.
Ese domingo, desde su silla de ruedas, saludó por última vez a los fieles. Más de 50 mil personas lo vieron recorrer la Plaza San Pedro en su papamóvil, bendiciendo niños, sosteniéndose con esfuerzo. Algunos dijeron que ya lo sentían como una despedida.
Una vida marcada por la enfermedad y la resiliencia
Nacido en Buenos Aires en 1936, Francisco sobrevivió de joven a una grave infección pulmonar que lo dejó con una capacidad respiratoria reducida de por vida. Esa fragilidad lo acompañó, pero no lo detuvo. En febrero pasado fue internado por complicaciones respiratorias, lo que encendió alarmas sobre su estado de salud. Fue dado de alta en marzo, pero desde entonces sus apariciones se hicieron más breves y medidas.
Murió este lunes a las 7:35 a.m. (hora local) en su residencia en el Vaticano, según informó el cardenal Kevin Farrell: “Dedicó toda su vida al servicio del Señor y de su Iglesia… Encomendamos su alma al infinito amor misericordioso de Dios”.
Un funeral sin pompa, por voluntad propia
Fiel a su estilo austero, Francisco dejó instrucciones para que su funeral fuera simple. Rechazó el uso del catafalco tradicional y optó por un ataúd de madera sin adornos, revestido en zinc. Tampoco será enterrado en las criptas papales del Vaticano, sino en la Basílica de Santa María la Mayor, un gesto simbólico que refleja su cercanía con el pueblo y su veneración por la Virgen.
Miles de personas ya comenzaron a congregarse en la Plaza San Pedro. Algunas en silencio, otras rezando, muchas con lágrimas. “Justo ayer estuvo celebrando la misa
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